Cuidando la vida y el planeta

Cómo ser feliz un día de verano sin planes

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Cómo ser feliz un día de verano sin planes
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Estamos en pleno verano, con mi familia y amigos de vacaciones, y yo estoy aquí, en mi casa, escribiendo un libro. Sin embargo, sé que no he hecho más que empezar la faena y ya quiero diversión. Tengo ganas de salir, de quedar, de disfrutar del buen tiempo, pero ese libro no quiero hacerlo esperar y he decidido dedicar el mes de agosto a él. Solo quedan tres días para que empiece agosto y ya me voy dando cuenta que decidir escribir tiene unas ventajas grandes porque me encanta dar a conocer lo que me sopla el corazón, pero por otro lado pierdo cosas que no estarían nada mal gozar. Así es la vida, llena de momentos, y cada uno tiene sus aspectos positivos y negativos. Si nos empeñamos, podemos ver algo que enturbia los mejores momentos, y al revés, podemos encontrar lo mejor en medio de la adversidad. Siempre que elegimos algo estamos diciendo que no a un montón de cosas, pero a la vez aprender a conformarnos con lo que llega y estar abiertos a que la vida nos sorprenda de múltiples maneras es un modo de vivir que nos regala siempre experiencias con las que crecer.

No es posible que la vida pare. Solo debes ir a su encuentro para que te sorprenda de muchas maneras.

Hoy después de comer una ensalada sobria y una hamburguesa vegana, tenía ganas de vidilla. De salir a la calle, de comprarme algo rico menos sano para endulzar mis días de escritura sin mucha compañía, ya que vivir sola hace que pase uno mucho tiempo con uno mismo. Así que al darme cuenta de que me hacía falta comprar un par de cosas, me dispuse ir a un centro comercial no lejos de casa. Te sorprenderías lo que ha pasado en tan solo tres horas. Te relato, solo para que sirva de botón de muestra de cómo la vida es todo menos monótona. Y no hace falta tampoco irse a ningún sitio pues, a decir verdad, antes de comer pasaron ya cosas significativas. Contacté con el hijo de un amigo que supe recientemente que había fallecido hace un par de años; y a la vez descubrí también que mi Facebook, al que no entraba hace meses, tenía dos mensajes increíbles. Uno de una filipina que creció en EEUU y con quien hice un intercambio de inglés-español, y otro de la hija de una señora que me cuidaba de niña cuando vivía en México. Y te digo que han pasado tantas cosas hoy en un supuesto día anodino de verano, que no sé cómo uno puede pensar que la vida puede quedarse quieta un solo instante.

Para pasártelo bien, no hace falta mucho, un aperitivo con una buena charla con la camarera puede ser un gran regalo.

El caso es que nada más llegar al centro comercial me dispuse a tomar un bocatín en un bar y me encontré con una camarera rumana con la que me dispuse a charlar un poco. Le dije lo poco que sé decir en rumano, y vi inmediatamente su sorpresa de que una española supiese algo de su idioma, aunque sea solo un poquito. Le descubrí así que en realidad su país es tan bueno como cualquier otro y se sintió tan complacida que me regaló de muy buena gana un vaso de agua y me hizo un descuento, porque pagué al final menos de 5 euros por dos pulguitas y un café con leche. Como ves, me doy de vez en cuando ciertos permisos como el café y cositas no tan saludables, pero es un algo que me permito dentro de mi proceso de evitarlas, porque la rigidez es algo que no soporto y me doy cuartelillo cuando siento que lo necesito y hoy como muchos otros días quise complacerme con cosas que no como en casa pero que al salir a la calle a veces sí. Esa mujer se quedo con buen sabor de boca y yo me sentí feliz de haberle descubierto que hay personas españolas que ven a su país con buenísimos ojos y que hasta quieren aprender más cositas de su idioma.

Ser tratado como persona es algo que mucha gente no recibe, especialmente si eres africano. Si lo haces puedes llevarte la sorpresa que en ellos hay un agradecimiento profundo que muchos españoles no tenemos.

Después del bocatín, la idea del helado estaba fija en mi mente y sin pensármelo dos veces por si me arrepentía porque se supone no debo engordar y el frio y tanto azúcar no convienen, me dije, “es sábado, a disfrutar. No lo pienses, y ve a por el helado”. Y además cogí dos bolas, una de maracuyá y otra de tarta de queso que es mi preferida en esa heladería artesanal. En fin, mientras esperaba a ser atendida, me di cuenta de que a veces me disgusta hacer colas, pero decidí observar y disfrutar. Me sorprendí lo paciente y sonriente que era el dependiente al que no paraban de complicarle la forma de pago que le llevo más de 5 minutos en ser solventada al gusto de los clientes. Ese gesto de tanta cordialidad y amabilidad por una exigencia innecesaria cuando por encima había gente esperando, me lleno el corazón de alegría, y sentí que ese dependiente de origen africano, concretamente de Guinea Ecuatorial, era alguien muy especial. Quise entonces charlar un rato con él, y me dijo que llevaba en España desde 1992 y vi que su vida era dura, que no tenía mucho, pero que no solo era ejemplo de amabilidad, sino de buen humor. Me hizo pensar que muchos españoles hemos perdido esa alegría que emanaba de él naturalmente. No paro de reírse y de ser simplemente cortés. Al final de nuestra charla me dijo que a ver cuando volvía porque le había caído muy bien. Vi en él la alegría de ser tratado como persona. Y eso nos hizo felices a los dos.

Para dejarse contagiar por la alegría solo hay que abrir el corazón, sino ésta no entra por mucho que la tengas al lado.

Tras mi super helado y con el corazón alegre y satisfecho de haber amado ya a dos personas unos minutos, me dije que en mi próxima parada repetiría la historia y haría feliz al próximo dependiente. Me fui a Yoigo a solucionar un pequeño tema con uno de nuestros móviles, y resultó ser que el dependiente estaba aburrido y medio agazapado. No lo conocía, se ve que era casi seguro temporal y cubría a los empleados habituales en sus vacaciones. Llegue con la mejor de mis sonrisas emanando cordialidad y buen ánimo, y solo me miró entre desgana y desinterés. Resolvió escrupulosamente lo que le pedí de modo eficiente y rápido, y no dio pie a que intercambiáramos nada más, ni siquiera una frase. Se volvió a la pantalla del ordenador y directamente me ignoró. Me sorprendió que rechazase la buena vibra que yo llevaba, y que no se dejase contagiar por ella, porque nada más bonito para quienes disfrutamos amando que encender los corazones del otro para que se sumen a la cadena. Sin embargo, este dependiente no quería saber nada de lo que yo le regalaba sin más. No sonrió en ningún momento, no se contagió de mi buen humor, y se encerró hacia sus adentros sin querer siquiera mirar, mucho menos ver.

Abrir el corazón trae mucha alegría, y si te dejas contagiar podemos disfrutar desenfadadamente de las ocurrencias que surgen de ese buen ánimo.

Sin perder mi buen tono, me dirigí a la tienda en donde tenía que comprar algo. Ni corta ni perezosa llegué contenta, sonriente y deposité mi gran helado sobre el mostrador mientras les decía a las dos dependientas en tono jocoso, “¿hay alguna buena oferta para mi hoy?”. “Pues no sé, creo que no”, respondió una de ellas queriendo complacer, pero sin poder decir que no. Inmediatamente me fui con ella a comprar lo que me hacía falta, y mientras íbamos buscando juntas los productos, empezamos a conversar animadamente. Era una venezolana monísima de tan solo 23 años, y me sorprendió su jovialidad, su buen sentido del humor, su capacidad para tomarse a bien mi modo de abordarla sin ningún tipo de escrúpulo, totalmente desinhibida y riéndome sin más de todo, porque a veces me gusta ser así, despreocupada, un tanto irreverente si me apuras, como si ya nos conociésemos y hubiese entre nosotras mucha confianza. La venezolana inmediatamente se adaptó a lo que yo traía para pasármelo bien que, era simple y llanamente jugar un poco a los desacuerdos, para acordar luego que lo que tu digas está siempre genial; y nos divertimos muchísimo. Le terminé diciendo que a su edad yo también era guapa, aunque no me lo creyese, y me respondió con el cumplido de que todavía era muy guapa. En fin, me habló de Venezuela, y me dijo que allí a las personas que son “guai” se les dice no solo “chévere” como yo le dije que era ella, sino también “pana”. No paramos de divertirnos sin saber nada la una de la otra. Al final me regaló un neceser que no me tocaba, y le lancé desde el corazón un beso que agradeció sin saber que era solo una energía sin más. Me fui muy contenta.

Cuando el corazón se cierra, da igual lo que recibes, nada te llega, y a veces la gente más sencilla es la que mejor aprecia los buenos gestos y menos se olvidan de que quizás un día la vida no les dio y lloraron.

Con lo que te relato, quiero decirte que me di cuenta que ser feliz es super fácil. Como dice mi peluquera de Moldavia, “si no sabes que ponerte, pues ponte feliz”. Eso me agradó tanto que me lo pongo muy a menudo, especialmente cuando tengo ganas de pasármelo bien. El caso es que reparé que, en tan solo un breve período de tiempo, en un solo sitio, había hablado con personas de 4 países y 3 continentes distintos, y que él único que no había sabido sonreírle a la vida había sido el español de Yoigo. ¿Cómo sucede esto?. ¿Será que la gente que menos tiene sabe mejor apreciar la amabilidad del otro?. ¿Será que se sienten mejor que un español porque en realidad ellos no saben que es tenerlo todo sin más?. Como quiera que sea, tengo que decir que fui feliz con todos, incluido con él, pero lamenté que siguiese apagado tras mi paso por su vida. Y me digo qué nos pasa en occidente en general que no sabemos apreciar los buenos gestos, que nos resbala el amor. Porque simple y sencillamente eso fue lo que le paso. Claro que hay muchos españoles que habrían respondido positivamente, pero hoy tenía que reparar en que todos salvo él lo habían hecho. Con todo esto quiero decirte que lo que nos pasa depende mucho de nosotros. Si ese dependiente se hubiese abierto, lo habría pasado bien él también, pero renunció a eso porque no le interesaba nada lo que una mujer de 51 años, española como él, le pudiese aportar. Ni siquiera devolvió la sonrisa.

Hoy he descubierto que puedo ser feliz con poco y que nadie es responsable de mi felicidad.

Hemos de observarnos más a menudo y reparar si realmente lo que hacemos nos hace felices, o si acaso lo que sucede es que no sabemos serlo. Una vez pensé que si decía a la gente que no podía ser feliz era por culpa de los demás. Y hoy sé que mi felicidad depende única y exclusivamente de mí. Que si no hay gente puedo ir a buscarla. Que si no hay buenas noticias puedo crearlas. Que si el día parece anodino puedo transformarlo. Que si realmente quiero vivir no hace falta que tenga todo para conseguirlo. Solo necesito a mi y un poco de lo mínimo para que no me falte sustento y una cama en donde dormir. Teniendo lo básico, podemos ser felices con solo desearlo. Ni siquiera es necesario que nadie nos ame. Amando nosotros a todos los que se cruzan en nuestra vida, podremos experimentar lo mejor, y si no me crees, ensaya lo que hice hoy. Solo has de descubrir dentro de ti la alegría que sin saber ya está plantada en tu interior cada día de tu vida.

En cada uno de nosotros habita naturalmente una alegría, y solo has de abrir el corazón para que la puedas sentir cada vez que lo desees.

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